domingo, 3 de junio de 2007

Hemiplegicamente

Una espada de plata le atravesó el cerebro, un instante, infinito, preciso, certero. Un rayo de dolor, intenso, caliente, pasajero, letal. Tembló, transpiró. Dardos eléctricos lo punzaban, en medio de un interminable mareo.

Por instinto se aferró a la garlopa, dejando de prestar atención al trabajo, se atascó la herramienta, saltó la térmica, la máquina freno.

Todo giraba, las imágenes se desdibujaban, hasta desaparecer, el blanco iba ganando todo. Un blanco que nunca había visto, un blanco tenue, débil, escalofriante, sin luz.

Solo un instante, no más que eso; y la vida en ese instante. Su vida, ese instante, se desplomó, cayó, se perdió.

Ríos de fuego penetraron sus venas, su brazo, le quemaba, le ardía, le molestaba, ese brazo, ¿su único brazo? Percibía el aire fresco, pero no tan puro como el que había estado respirando. La luminosidad blanca del ambiente se filtraba entre sus ojos apenas abiertos. Le pesaban los párpados y solo deseaba dejarse llevar por ese sopor que lo envolvía, que lo arrastraba.

Hacían algo con su cuerpo, pero no le importaba. Estaba entregado y no sabía a qué. Durmió, de eso estaba conciente.

La mañana, comenzaba a filtrase por la ventana de la habitación, no era su ventana, ni su habitación, tampoco su mañana. Se sentía extraño, por más que lo intentaba no podía mover la parte derecha de su cuerpo, es más ni siquiera la sentía.

Los olores no le resultaban familiares, percibía los olores, es más, lo impresionaban de una forma más vívida. Nuevamente se entregó al sueño, alentando la esperanza de no volver a despertar, no quería despertar, algo andaba mal allá afuera, pero no sabía qué. Pensó en su mamá, a la que no conoció. La necesitaba, se sentía abandonado nuevamente. Sólo, muy sólo y muy triste, el sueño pudo con él, sintió paz al dormirse.

Lo despertaron, una sombra humana levantaba un brazo, no era el suyo, porque no lo sentía, pero se parecía mucho al suyo. El pulgar tenía la uña larga de guitarrero. Su vida era el canto, la guitarra y el trabajo. Cantar, cantar, chacareras, zambas, vidalas; que el mismo componía.

El hombre saltó ese brazo, que cayó pesadamente sobre la cama, quedando junto a él.
La sombra humana se alejó, y pensó en el brazo, en la guitarra y en esa copla para una vidalita. Intentó tararearla y no pudo. Escuchaba la melodía en su cabeza pero no podía emitir sonido. Su agarrotada mandíbula se resistía al esfuerzo. Lloró, no comprendía. Notaba a cuerpo como una prisión. No entendía. ¿El brazo?, finalmente sería su brazo ¿qué había ocurrido?

Intentó levantarse, movió su pierna izquierda, pero sólo eso pudo. La otra mitad del cuerpo se declaraba en rebeldía. Se asustó, se acongojó, quería huir. ¿Qué nuevo sufrimiento le estaba preparando la vida? ¡Hay Diosito, no me abandones!, imploraba.

Entraron ellos, eran tres, parecían médicos. Le hablaban, apenas les entendía. Los veía preocupados, algo le querían decir. Solo escuchaba un murmullo. Intentó hablar, gritar, pedir ayuda. Solo le salió un quejido, seco, gutural, bestial, inhumano; ni una palabra. Lloró, lloró, delante de ellos. Uno de ellos lo tranquilizó, le tocaba el brazo, o eso le parecía. Se fueron sin más. Al rato se dio cuenta que tenía una sonda de suero en el brazo inerte.

Definitivamente la mañana invadía la habitación, comenzaba a sentir calor, pero no le importaba. Quería dormir, pero no podía, todos los dolores del alma le pasaban por delante, el abandono cuando niño. ¡Ay madre!, la infancia de trabajo ayudando a su padre de crianza en la carpintería vieja, la vida solitaria en San Miguel durante la secundaria. Su amor por Ana, y los mil y un desprecios del que fuera objeto. Nadie como Ana, lo hizo sentir más feo, más pobre, más estúpido, a pesar de ello la amaba, era su Ana, era a quien le cantaba en cada uno de sus poemas. Ana era el amor, el amor mismo. Bella, presumida, chiquilina, coqueta; se cansó de jugar con su ilusión, para luego mofarse, burlarse, despreciarlo en público. Y la amaba, ¿que extraño es el amor?, se preguntaba. Luego la vida, el trabajo, la partida de Ramón y Serafina –quienes lo criaron-; ellos lo querían de verdad; la soledad, la tristeza, y andar, andar, penando. Eso fue vivir, ¿y ahora?, su brazo, su cuerpo, su futuro, ¿para qué más? Quería salir, irse, no podía.

A media tarde, lo llevaron a otro sitio. Dos enfermeros lo sentaron en un sillón de ruedas y ahí comprendió. Se le derrumbó el mundo, se aniquiló. Estaba confirmando la gravedad de su estado, baldado, desprotegido, desamparado, ¿a dónde había caído? No quería pensar, no quería escuchar, quería estar solo con su soledad. Era prisionero en un cuerpo que no le servía.

La noche fue larga, estaba nervioso, desconectado. Se entretenía pensando en nuevas melodías, pero le aterraba la idea de no volver a cantar. Le respetaban por su canto, desde changuito. ¿Cómo vivir sin cantar? ¿Cómo sin guitarrear? Cosa simple si las hay en la vida, que le hacían vivir. Cuando cantaba volaba, trascendía, el alma le danzaba por el aire, sintiendo una inconmensurable alegría.

Comenzó a sentir nuevas y extrañas sensaciones. ¿Cuántos actos simples y cotidianos, quedarían en el recuerdo?, correr, trepar, cabalgar, andar en sulky, beber agua del río Cientos de actos, pequeños, comunes, insignificantes, …que ya no más.
¡Ay vida! porqué me la complica, exclamó en silencio. Se sintió inútil, reducido a un objeto, a un trasto arrumbado, se compadeció de su propia pena. Se abandonó a la tristeza y a la nostalgia, sus eternas compañeras.
Se comprendió vencido, devastado, pero fue solo un instante, hasta que lo rescato la esperanza otra amiga fiel y eterna, y cantó con su imaginación:

Vidita, vidita, vida,
otra vez me anda probando
ha sido dura, le digo,
pero aún tullido le canto.

Sabe bien de mi tristeza,
sabe bien lo que he penado,
no ha podido conmigo,
aún sigo esperanzado.


La melodía se apoderó de su ser. No podía moverse, no podía hablar, pero estaba cantando, escuchaba su voz. Estaba vivo.

viernes, 18 de mayo de 2007

Amor de chat

Entró a su habitación, la cama tendida, vacía, ahí. Contenía parte de su historia, de su realidad, de su vida, estaba allí, esperándola como todas las noches. Para que la cruce y la descruce a sus anchas, ya hacía tiempo que la habitaba sola, desde que el otro había partido. Ella estaba cansada, pero alentaba una nueva fantasía.

Sobre la mesa de luz “El amor en tiempos de cólera”, su libro, su novela preferida. Leído y releído, tal vez una historia compartida. Angustias, esperanzas, destinos. ¡El amor! Su vida no era fácil, pero a darle batalla salía todos los días. Vivir, de a ratos la oprimía, …sus hijos, su única razón valedera, la sostenían.

Se desplomó, de espaldas, crujió el mueble como abrazándola, conteniéndola. Su mirada en blanco hacia el techo, en los labios una sonrisa, …y un contenido suspiro.

Carmen -que así se llama ella-, por escapismo, o para matar tiempo, chateaba por las noches entre infinitos desconocidos. El mundo virtual la seducía, la aliviaba, la atraía.
Sonreía…, algo especial presentía; él, misterioso, caballero, inteligente. ¿Cómo sería?
Abrazó un almohadón, miró el libro, …pensó ¡Fermina!

¿Porqué no? Había algo en él que la seducía. Premonitoria señal. Las premoniciones eran habituales en su vida. Poseía ese extraño sentido, esa forma absurda de conocimiento certero.

Se distendió, abrió las cobijas y se introdujo, así vestida. Había estado chateando en pijama, ya lista, ahí nomás quedó dormida. Tal vez, en su memoria quedó una idea ¡Fermina!

Él, en tanto salió del baño, estaba algo confundido. Disfrutaba también con gusto el haber estado con ella, apasionada, virtual compañía. Volvería a cruzarla, indagaría. Estaba dispuesto a conocerla, intentaría depejar dudas, en un medio plagado de mentiras.

Se había hecho tarde, -pensaba-. Madrugar al otro día. Más por costumbre que por necesidad; casi no habían huéspedes en su hotel. Gregorio también, aprovechaba las noches, durante la temporada baja, para chatear, buscando vaya a saber que. Él lo tenía todo. La vida resuelta, seguro, sólido, confiado. ¡Era exitoso! y lo sabía, ¿Era feliz?, lo dudaba, trataba de escapar de su destino que secretamente lo torturaba, que lo hería. Dudas existenciales, él no era el que los demás veían. Sostenía una imagen, pero tras su fortaleza se escondía su abismo del alma, esas debilidades extrañas que lo frenaban, que lo cohibían.

En el chat era él, tal cual, como quería; ese era el lugar donde su verdadero yo el que encubría a lo largo de sus días se liberaba, se expresaba, se descomprimía. ¡Esa mujer!, esa noche, era distinto y lo sorprendía. No sería una más, ¿sería? o ¿no sería?

Entró a la cama, se acomodó, apagó la luz, dio mas vueltas de lo habitual, no llegó a desvelarse, al final le ganó el sueño, …ella estaba ahí, la sentía.

Ambos despertarían a distancia, más de mil kilómetros los separaba y la vida. Ella en su Salta, él en su Merlo, San Luis. Los dos compartían un entrono natural bellísimo, el ritmo provinciano, tradicional, colmado de pausas, de costumbres ancestrales que favorecen la bonomia.

Corría octubre, la primavera regalaba amaneceres plácidos, si bien más frescas eran las noches puntanas que las salteñas.

La rodilla de Sebas, se clavaba tierna en su espalda. El más pequeño de los tres, otra vez, ya era una costumbre que se escabullera dentro de su cama. Era además la señal que próxima estaba la hora en que madrugaría Matías, el mayor de sus soles. Apurarse que pasaría la combi, preparar el desayuno… Entre despertó, se apartó del adorado silicio, se dio vuelta, lo enfrentó, lo abrazó, estremeció hasta el infinito, beso su frente y remoloneo entre dormida.
No llegó a suspirar, pero el alma se le abrió hacia un abismo, esa secreta congoja que se siente frente a las incertidumbres improbables de la vida.

Él bajo impecable al lobby, se perfume fresco, su rostro distendido. Saludó al conserje, controló las novedades de los huéspedes, observó que el desayuno estuviera en orden, atendió el estado de los demás servicios.

Recorrió con sus manos el contorno de su cabeza, un instante su mente estuvo en blanco, otro día igual pero distinto.
Bromeo con el panadero, cuando éste se despedía. Tomó el diario y entró al salón comedor para desayunar. Su pulcritud se combinaba con la del ambiente. Todo hospitalidad, todo servicio.

Un sorbo de café con leche, percibiendo el aroma, otro sorbo, un instante, un recuerdo, una sonrisa, ¡esa mujer!, ella. Podría ser ella el ser ante el cual confesarse, ante quien mostrarse tal cual, en toda su dimensión, sincero, natural, sin hipocresías.

Intentar amar, conocer el amor, ese sentimiento que le era desconocido, cuando optó por el interés por lo material. Su matrimonio sin amor lo aprisionaba, fue por conveniencia, y de esa unión todo su futuro dependía. Su mujer fue solo la llave para alcanzar el prestigio y bienestar que disfrutaba. Fue su error y elevado era el costo que debía pagar. Más de veinticinco años dentro de esa trampa, más de la mitad de su vida. Fue por imprudencia juvenil, lo reconoce; pero su familia política le había comprado el alma y su destino. Salir le resultaba imposible, no soportaría semejante destierro, todos los caminos le estaban cerrados, hasta el último resquicio.
Su matrimonio una ficción, una estampa social que se lucía. No era fiel, le molestaba, lo hacía por placer y cobardía.

Sentir el amor, enamorarse, estar atónito, entregado, complacido. Premio que en la vida no tendría. Tal vez, con esa mujer virtual podría lograr que le explote el corazón, y estallar de alegría.

El límite, era lo virtual; la realidad quedaba excluida. Jamás piel con piel, jamás penetrar el amor hasta lo profundo, jamás infinitos de placer, de entrega, de darse y darse por pasión y hombría.

No podría confesar su pecado. Si el mismo se despreciaba, ¿como esperar de los demás indulgencia? Se mostraría tal cual como era, omitiendo de sus miserias solo esa, dejándose llevar por la salteña, mujer de genio, carácter, valentía y fortaleza. Se manifestaba inteligente, graciosa, espontánea, vital, a carne viva. No era como otras compañeras circunstanciales de chat, había en ella algo mágico, adictivo. La amaría virtualmente, sería su bálsamo, sería prudente con el lenguaje para prolongar al máximo el idilio. Noctámbula y electrónica relación, podría ser él, el que no fue, el que jamás sería.

Terminó su parsimonioso desayuno, conversó con los pocos huéspedes con cordialidad, inteligencia y picardía, era don Gregorio, ¡qué carisma!, caballero puntano, exultante, buen mozo, dotado de arrolladora simpatía.

Entró al taller a media mañana, coqueta como siempre, con onda, moderna, actual, con piel de niña; controló en la mesa sus diseños, renegó con el cortador, no era lo que quería. Su gente no terminaba de entender su concepto, era esa una de sus luchas diarias y regañaba para sí, secretamente, ¡y bueno es lo que hay! se repetía.

Por la tarde una reunión con el gerente del shopping, estaba dispuesto a facilitarle el alquiler de un local a un costo más que conveniente. Igualmente estaba por sobre sus posibilidades, como todo lo que por imperio de la necesidad se proponía. Su rojo financiero, era definitivamente rojo, pero confiaba en sus ideas y sabía que saldría a flote.

Estuvo a punto de estallar, esa mañana, estaba superada, al borde, explosiva. Respiró, tomo un café, se mimó un poco ¡Vamos Carmen, vos podes!, se autoestimulaba. Optó por el iPot, la música la transportó, la rescató, la protegía. Pensó, suspiró, pensó de nuevo en ese hombre, en él, compañero de nuevas fantasías.

Cada uno transitó esa jornada ella en Salta, el en Merlo, todo el día, realidades por cierto diferentes, cada uno en su juego, en sus asuntos, recordándose como antojos, de manera intermitente pero sostenida.

La noche llegó, y con cansancio, dudo ella en entrar pero quería. Sacó fuerzas de flaquezas y ansiosa abrió el messenger, observó el contacto desconectado, se enculó, le dio bronca, no entendía.

Los minutos pasaban, eternos instantes hasta que apareció conectado. Cómo siempre casi a la misma hora , exacta medianoche...


- hora de brujas! Hola princesa

- llegaste hermosor!

- alguna vez me fui? Digame

- me? Je

- payasita… cuente que sueño quiere cumplir, sabe que soy hacedor de sueños, qué sueño quiere cumplir?

- ah! Yo sueño? Sueño en blanco y negro, le pone color a mis sueños?’… je

- no se escape, cuente, sabe que me gusta payasita?

- Ud. también Gregorio….

Ambos sentían lo mismo sin saberlo; sus almas se encendían, se tensaban, se atraían. Misterios de la virtualidad, fantástica irrealidad concreta. Ella voló, se sacó, se dejó llevar; él intentó seducirla de la mejor manera descubriéndola, percibiéndola sensible, mujer, heroína.

- Por que cumplirme un sueño, si ni me conoce?

- Claro que sí: sabe que? Ud. es una romántica empedernida..., una idealista de la vida... una sensible, nostálgica y soñadora...

Toda ella estremeció, esa respuesta coincidía con su anhelo más secreto: Un hombre, un varón, que la conduzca con amor. La vida le había dado otra realidad, desde pequeña se había puesto la carga al hombro y así había vivido. Ella era fuerte pero frágil. Arisca, por exceso de ternura y temor al desengaño. Caprichos de niña, con responsabilidades de mujer. Explosiva, como la naturaleza, brava, y débil a la vez. Necesitaba un refugio y del otro lado del chat notaba confianza, fortaleza, virilidad, dulzura, comprensión.
Èl, la sentía como una fresa, bella, sensual, tierna. Era una mujer distinta, el esfuerzo por buscar la palabra justa le agudizaba el ingenio, necesitaba mantener el contacto y descubrir si realmente era ella la persona deseada. Cada lance era un riesgo, cada afirmación un logro.

Así pasaron las primeras noches, entre ellos se creo un lenguaje nuevo, común pero distinto; como ocurre en el chat, esa mezcla extraña de realidad y ficción. Las palabras brotan sinceras, porque cada uno va construyendo al otro en uno y se hace en el otro. Se acortan los tiempos, y brotan pasiones, ganas, deseos. Carmen y Gregorio, utilizando su argot íntimo, ingresaban cada noche a su lugar, su paraíso.

Sus días no serían iguales, se sentían erotizados, atraídos, románticamente unidos; y aún no se habían descubierto los rostros. Dos almas que se percibían bellas, la del uno con el otro. Sin darse cuenta fueron cambiando hasta sus conductas cotidianas. A él ya no le pesaba tanto la distancia con su esposa, sentía un gran alivio, toleraba de mejor ganas su diaria condena, se mostraba con ella más cortés, más amable; por la sencilla razón que quería intentar por todos los medios que no se le notara enamorado. Ella en cambio no era de nadie, no se sentía de nadie; sentía apasionamiento y sólo lo deseaba a él, virtual compañía; que le estrujaba el pecho, que la levantaba, que la colmaba, que la poseía.

Insondable enigma de la ficción electrónica, carrusel de solitarios cargados de misterios, oportunidad de compañía, de encuentros. La prescindencia de lo físico en muchos casos expone de frente a las almas, corazón a corazón, pena a pena, ilusión con ilusión.

Esa noche aparecerían sus rostros entre ellos, sus almas tendrían un cuerpo. No lo buscaron, se dio, y a partir de ese momento aumentarían los deseos, las ganas de conocerse de saltar del monitor a la vida.

- Hola, se hizo desear

- Vidaaaaa!!!

- La esperaba

- Me demoré en tango

- Bailaría conmigo en Mointmartre

- Oui Moisseur

- Francesita

- Shhhh !!!! Lléveme a París

- Bueno, hago las reservas

- Sip!!!!

- Nos encontramos en Ezeiza

- Dele

- Le mando mi foto para que me conozca

- No hace falta don

- Por??

- Lo reconocería entre multitud

- Como???

- Haga la prueba

- Bueno

- Pero mejor mande foto!!!!!

- A no!!!, ahora vos primero

Fueron envíos simultáneos, ambos quedarían perplejos, emocionados, afectados, reconocidos, identificados. Ella vio en él esa estampa de hombre fuerte y completo, macho, y sobre todo bello. Él, se conmovió con su graciosa figura, suspiró ¡Payasita!, y sin poder evitarlo besó el monitor, sintió ese beso en lo profundo, lo deseo, lo amo, lo quiso. Jamás había besado con tanta pasión, ese impulso irracional lo hizo feliz.

- Hermosor!!

- Que!!!

- Ud., es hermoso

- Te beseeee

- Cómame a besos…

- Bese la pantalla, sentí cosquillas, sentí el beso.

- Que lindo, mi amor!!!

- Es la primera vez que me lo decís, te amo, payasita

- Sí????

- …que esa boca es mía (le canto, Sabina)

- Esta boca es tuya, se la doy.

- No puedo concebir mis días sin vos…

- Toy igual…

- Vayamos a París!!!

- Si pudiera?

- Podemos, nos escapamos

- Lo deseo

- Noches eternas, despertares serenos, días interminables!!!

- Me haces llorar

- Tenerte, contenerte, amarte, sin límites

- Todo eso sentís?

- Y más...

- Sabes, te necesito, adoro estos momentos.

- Yo también

- Hermosor!!!

- Je!!!

- Yo también!!!

- Te animas a venir

- Hummmm

- Vení para mi cumpleaños

- Dejámelo pensar…

- Pensar???

- Voooooooooooooooyyyyyyyyyyyyyyyy

- Bien!!!!!!!

En ese instante el mundo se detuvo, la fantasía invadía la realidad, el deseo los poseyó, en lo sucesivo las palabras se cargaban de romanticismo, de erotismo, se apetecían sexualmente, se necesitaban; …quedar exhaustos, felices, plenos, unidos, amados, gozados, conformaban sus deseos más sinceros. Se habían encontrado, y palabra tras palabra ganaban en confianza.

Gregorio, deseaba ese encuentro, que presentía imposible. Prisionero de su realidad, era consciente que sería difícil concretarlo, a menos que… No quería una relación clandestina, esta no era una aventura más, no la imaginaba como una amante pasajera; sentía amor verdadero, puro, ingenuo, firme, por esa mujer. Lo invadían deseos de jugarse, de patear el tablero, de quitarse el yugo. Él que era valiente, decidido, atrevido; no podía comprender la profundidad de su miseria. ¡Ese error adolescente!, le estaba llevando la vida. Dejarlo todo, ¿pero como? Comenzó a sentir un atisbo de amargura, y pensó que el tiempo le daría la clave para resolver el acertijo de su vida.

Carmen, por tanto, estaba feliz. Confiaba en el encuentro, y ella estaba decidida. Salir de su realidad no era fácil, pero lo haría. Con el mismo ímpetu de una adolescente, comenzó a esperar el instante, supremo, único, ansiado, unirse, tocarle, abrazarlo, entregarse. Fueron días radiantes, flotaba en un alegre sueño, su vida estaba colmada. ¿Sería él, el premio, que compensara sus desdichas? De a poco lo iba organizando todo. Sería su primera escapada, saldría de su provincia, dejaría a sus soles a buen recaudo. ¡Sólo serían unos días!; …se sentía viva; viva al amor, viva al derecho de soñar, viva a las ganas de compartir, viva para ese hombre, viva definitivamente viva. Ella, que chateaba para escapar, como un cable a tierra, había encontrado en ese mundo irreal, una razón válida para soñar, le parecía increíble; …llevaba el rostro de él grabado en su imaginación; y solo pensaba en la manera de halagarlo, de gustar, …sentía algo de temor; le aterraba la idea de un rechazo, pero él le daba confianza. Lo sentía verdadero, ¡…hay si lo sentía!

Todas las noches Gregorio deslumbraba a Carmen, con palabras certeras, románticas y apasionadas, que no dejaban de conmoverla, cada noche avanzaban en el descubrimiento mutuo. A Gregorio le dolía el límite de su secreto. Sabía que no había mentido, que solo había omitido. Era eso, una omisión, ¡su mujer, no era nadie, no existía!, solo un papel, un elemento patrimonial, una relación de inventario. Sin quererlo, se encontraba en el borde del precipicio, …solo debía saltar, caer, recuperarse, ser, empezar de nuevo, de cero, el premio no era otro que la vida. De solo pensar se sentía reconfortado, expandido, libre, feliz. Había un futuro humano, para sus días de personaje. Él, era el del chat, él era ese, que hacía vibrar a Carmen, hasta lo más íntimo de su intimidad.

El tiempo se precipitó, y el día del encuentro se les vino encima. Gregorio, sintió que precisaba más tiempo, estaba seguro que debería derribar las puertas de su prisión; pero un sentimiento ambiguo y paralizante lo frenaba ¿se animaría a salir de la celda? Coincidió un viaje de negocios inesperado a Machu Picchu. El percibió en esta obligación un llamado propicio para posponer el encuentro, esa noche se lo comentaría.

- Hola!!!

- Hermosor!!!

- Mi vidaaaa!!!

- Ya falta poco!!!

- No, falta un poco más!!!

- Qué?

- No estaré en Merlo

- Como?

- Me designó la Cámara de Hoteleros, para que los represente en una convención en Machu Picchu. Lo siento

- Mi amor, hay que esperar. Que sea cuando sea, pero que sea

- Gracias por comprender

- Es que estoy en un buen día, je…

- Menos mal, je…

- Me extraño hermosorr!!!

- Nop, ud está siempre conmigo

- Bonito!!!

- Graciosa!!!

- Tonto.

Carmen, esa noche se fue a dormir con un suspiro contenido. Por un lado lamentaba la postergación del encuentro, pero asimismo no le molestaba demorarlo. Estaba confiada en que ese día llegaría, confiaba, creía, no dudaba, estaba segura. Él era distinto, verdadero, potente, decidido, sin dobleces, de una sola pieza, no era como los otros hombres que se habían pasado por su vida.

Entró a la cama, se abrazó a su pequeño que como tantas noches había ido a ocupar ese espacio que estaba vacío. Se aferro, lo abrazó, lo mimo, lo bendijo, y rápidamente quedó dormida.

Gregorio aprovecharía su viaje al Perú, para tratar de ordenar sus ideas; se encontraba desbordado, tenso; repasó una y otra vez las consecuencias que le depararía la ruptura de su matrimonio, de liberarse de su familia política. Sabía que haber accedido a la compra fraudulenta de parte de las acciones de la sociedad propietaria del hotel, como le aconsejó su suegro, equivalía a haberle vendido el alma al diablo. ¿Cómo salir sin ser destruido en el intento? Esta idea, le rondaba en la cabeza; sabía que no tendría futuro. ¿De qué serviría, liberarse del pasado, sin tener posibilidad de futuro? ¿Cómo explicarlo? ¡Deseaba quitarse el yugo! ¡Hay si lo deseaba! Era imposible. Pero ¿qué hacer con ese amor?, ¿cómo negarse a lo más puro y noble que había tenido en su vida? No fueron días felices, su preocupación le caló el alma, comenzaba a sufrir por amor.

A pesar de este estado de ánimo, noche a noche en el chat seguían progresando. Se mimaban, se sentían, se compartían, se deseaban. Gregorio, de a poco comenzó por ser menos explícito y más insinuativo. Sin fecha cierta, fijaban lugares de encuentro; que en Salta, que en Merlo, que en Córdoba. Necesitaban conocerse, pero entre ellos comenzó a nacer el código tácito de la imposibilidad. Hasta que fortuitamente ambos coincidirían por horas en Buenos Aires. Carmen participaría con sus diseños en un desfile y Gregorio estaría por negocios. A ninguno de los dos les daba el tiempo para compartir un día; podría ser un encuentro, simple, mínimo. Él, le propuso encontrarse en La Biela el domingo a la mañana; a ella le resultaba imposible llegar a tiempo, tenía una agenda cargada de compromisos, además se encontraba en medio de una ciudad enorme que no conocía. Nunca le aseguró que iría; sólo un tal vez, sólo una ilusión; íntimamente le atraía la idea que la esperara, que la deseara.

Ese domingo, el sol desbordaba en la reina del Plata, todo era color, brillo; Gregorio marchó hacia el lugar del improbable encuentro. Embargado por la emoción, se sentó, pidió un desayuno, el diario, prendió un cigarrillo; y fumó instantes de tensión, de pasión, de anhelos. Brisa estival, campanadas, ritmo urbano, pasaron los minutos; no hubo encuentro. Su corazón se desgarró, pero también sintió alivio. ¿Qué hubiera pasado, si venía? Tomó su celular, le envió un mensaje “Te esperé”, ella lo recibió, sonrió, se estremeció, suspiró. Sin saber la razón, comenzaba a creer que el destino jamás los cruzaría, que se trataba de un amor tan real como quimérico.

Si bien el amor entre ellos se expresaba en el diálogo continuo, ambos comenzaron a percibir que la realidad comenzaba a construir una muralla. Se prometieron nuevos y potenciales encuentros; él por diversas razones siempre ciertas los posponía. Sus obligaciones empresariales parecían forzar su destino; era sincero al proponerle un encuentro. Estar con Carmen, brindarse, colmarse, extasiarse mutuamente, era su sueño máximo. Pero presentía un camino sin retorno, era buscar la felicidad, el amor pleno en el abismo.

Ella justificaba cada una de las postergaciones, se sentía bien chateando con Gregorio, si bien quería más, ese estado solo le era suficiente para mantener la esperanza. Soñaba despierta, se ilusionaba, se entregaba, vivía alentada por una particular alegría. Su hombre, la contenía, la protegía, la guiaba.

Gregorio jamás sabrá la razón, pero esa mañana al despertar se sintió agobiado, obsesionado de amor por Carmen; le daba bronca su cobardía, se miró con odio en el espejo, se le cayó el aerosol de crema para afeitar; lo tomó, volvió a mirarse, lloró de bronca, de impotencia. Un dolor de muerte, le cruzaba el alma. No tenía derecho de seguir ilusionando al ser que más amaba en la vida, a quien era su mujer, la mujer. ¡Cobarde, cobarde! repetía para sí. Así anduvo todo el día, confundido, penando, como no queriendo estar, anestesiado, complicado, aturdido. Llegó la noche y no entró, lloró, pero no entró. Será esta su actitud en las noches siguientes. No tenía, valor para la despedida, prefería lo trunco; como truca era su vida.

Carmen, lo extrañó, lo buscó, lo esperó, lo suspiró, mas jamás lo entendería. Amor inconcluso, amor genuino. Equivocadamente pensó que Gregorio no la aceptaba, que no tenía interés en ella; que era un amor virtual; pero con visos de realidad increíbles. Releía una y otra vez, algunas de las conversaciones que habían quedado grabadas en su rìgido; se volvía a emocionar, pero no encontraba la clave, no encontraba indicio alguno que le hiciera desconfiar de Gregorio. Pensó, llamarlo, tuvo ese impulso, lo evitó, no lo hizo. Sintió dolor, profundo, sereno, íntimo. Su hombre, su hacedor de sueños, su Hermosor; misteriosamente se había ido.

Tomó papel, escribió una carta, pensó en llevarla personalmente, en ella estaban todos los secretos, todas las verdades, plasmaba su amor; en nada reprochaba, en nada ofendía. Esa carta aún está por entregarse, Carmen sabe que mientras la conserve en su poder, Gregorio vivirá en su corazón, en su ilusión, en sus sueños.

Gregorio, no la olvida, todos los días besa su foto, todos los días maldice su destino, la ama con todo su ser; y se siente feliz al evocarla, al recordarla, íntima, única, plena, su Payasita.

lunes, 14 de mayo de 2007

Desde mi aquí...

Este es un espacio abierto a las manifestaciones literarias relacionadas con los sentimientos humanos. Serán bienvenidos escritores sin estilo, pero con vocación, que tengan necesidad de compartir su obra. Será un sitio para las malas plumas, será un espacio para los espíritus inquietos que no sepan de límites y quieran manifestarse en libertad.

Desde ya muchas gracias, y los invito a compartir mi aventura.